No conocia la revista Blank hasta este momento, pero la verdad es que se merecen un diez por esta campaña publicitaria; tanto a nivel creativo como por su contenido. Por supuesto, ya han aparecido los tontos de siempre quejandose de que el uso de la cruz ofende a los catolicos y blablabla (estupideces fanaticas sobre un tio que no existio etc. etc.). En fin, triste pero cierto, no creo que jamas veamos una campaña como esta en España (parece ser que una cruz resulta ofensivo, pero una cabeza cortada dentro de un cubo -vease publicidad de Saw 4- no hiere la sensibilidad de nadie). Aqui os dejo la campaña completa, acompañada por una breve introduccion:
La campaña de Blank Magazine se basa en los prejuicios a los que día a día se enfrentan quienes son distintos porque se destacan, porque se atreven o porque simplemente provocan.
En algún momento de nuestra historia los hippies fueron tildados de drogadictos, los hiphoperos de delincuentes, los punks perseguidos por su imagen de violentos y una gran variedad de prejuicios alimentados por la sociedad pacata y por los medios de comunicación. La respuesta de Blank Magazine es: “Lo que no te mata te hace más fuerte”, el que se tranforma en el eje central de la campaña publicitaria desarrollada por la agencia EURO RSCG Santiago.
Su pelo largo cubría sus cabezas, pero no escondía sus ideas. Flotando al viento, aullando en una carretera, desteñidos por el sol, mojados por la lluvia, resplandeciendo bajo la luz de la luna, la revolución de las flores significó el cambio de la vida en blanco y negro a la vida en technicolor.
El camino del hippie es la oposición a todas las estructuras de poder jerárquicas y represivas que son contrarias a los objetivos de paz, amor y libertad. Es esta la razón por la que la “clase dirigente” se cagó de miedo y persiguió a la creciente marejada de ángeles barbones. Porque sus pelos largos daban miedo, sus ropas estrafalarias daban miedo, su música daba miedo, sus drogas daban miedo y sus creencias sobre la libertad aterrorizaban como la plaga.
Los hippies rechazan el estilo de vida de la oficina y por consiguiente son objeto de ridiculización por parte de aquellos cuyas vidas se rigen por un reloj. La “gente seria” está celosa y resentida de la libertad que ganaron. La libertad no mitigada de un hippie representa la máxima amenaza para cualquier sistema en el que el control es el poder.
El camino del hippie nunca murió. Siempre ha habido y habrá hippies. Desde la primera vez que la sociedad impuso reglas, desde Jesús a Lennon. Hay algo de hippie en todos nosotros, sólo que ha sido reprimido por nuestro exceso de lucidez.
¿Por qué será que la primera palabra que se nos viene a la cabeza cuando vemos a un yuppie es arribismo? Porque somos unos prejuiciosos. Estamos acostumbrados a meter en el saco de los malditos, al que le va bien. Nos incomoda ver a alguien bien vestido, a alguien con estilo, sobretodo cuando notamos que lo que lleva puesto no se lo compró precisamente en Chile.
Preferimos ver el lado superficial e imaginarnos que ese yuppie, debe ser una mala persona, un hueco, un inhumano que sólo quiere demostrar lo que es, a través de lo que tiene. Decir que todo yuppie es un arribista es un absolutismo que lo único que hace es delatar nuestra envidia e intolerancia, nuestro pensamiento pueblerino.
¿Por qué no reconocer que un “yuppie” es un aporte estético al patético y grisáceo mundo empresarial?
Por qué no mejor consideramos el trabajo, la dedicación y la sensibilidad estética que hay detrás de cada unos de esos detalles? Porque los verdaderos arribistas son los prejuiciosos, los resentidos, los que no se atreven.
La envidia es definida como la tristeza ante el bien ajeno, y cuando ese bien ajeno es la belleza, la sociedad rápidamente se encarga de maltratar y mancillar al ser envidiado con rumores como el de “anoréxica” ante la mujer que posee el cuerpo que la adicta a la hamburguesa no.
El envidioso siembra la idea ante quienes quieran escucharlo de que el otro no merece sus bienes. De esta actitud se desprenden las mentiras, las intrigas y los prejuicios. Las modelos están en un lugar preferencial para la acusación venenosa provocada por todos los pajeros que no respetamos nuestros cuerpos o los que simplemente pertenecemos al gran porcentaje de los que no sobresalen por belleza.
Para los mediocres, las mujeres bellas no son delgadas, son anoréxicas. Los hombres bellos no son esbeltos, son sencillamente huecos. Así como los inteligentes son pernos, los sensibles son cobardes, las rubias son tontas y un largo etcétera fertilizado con el abono pestilente de las inseguridades de los que no se destacan si no es con ayuda de sus lenguas furiosas por intoxicar todo lo que envidian.
Día a día nos alimentamos de cagüines, mentiras y habladurías, nos llenamos de esa mierda hasta que vomitamos un triste e ignorante prejuicio, entonces ¿quién es el que tiene el trastorno alimenticio?. Lo más fácil es acusar a una modelo de anoréxica,
sobre todo cuando vivimos en una sociedad bulímica.
¿Por qué ofende a tantos, el hombre o la mujer que avanza un poco a su lado más oculto?
Desde Rimbaud, a Robert Smith, desde Oscar Wilde a David Bowie, los fotofóbicos espíritus han desafiado la estúpida testosterona de siglos de patriarcado, encarando al conservadurismo macho y cobarde. Como polillas antónimas, brillando de tanta oscuridad, un día un joven silencioso decide pintarse los labios, enfrentar la risa del idiota, saborear su otra mitad y sumergirse en la luz de lo profundo.
Cuando esto sucede, nacen héroes taciturnos, que desde ese terreno al que la mayoría teme entrar, regresan con las obras más conmovedoras y honestas para guiarnos en las épocas de más dolor y rebeldía.
El que no ha pasado una temporada en el infierno no merece llamarse rebelde, el que no ha abrazado la noche no merece llamarse joven, el que sólo se queda en la galería de los que miran y apuntan ése es el maricón.
Armados con una coraza de remaches y alfileres, los punks nos devolvieron la creencia de que este mundo es lo que hacemos de él. Endurecidos por la calle, esos monstruos de mala postura y huesos salidos, entendieron mejor que muchos de los que hoy descansan en cómodos sillones de cuero, nuestra verdadera esencia: la habilidad humana para razonar y por lo tanto, para cuestionar.
Desde siempre el ciudadano “correcto” se asustó y persiguió al primer punk que asomó su mohicano como una aleta de tiburón en el mar de lo aceptable, del conservadurismo, de la pasividad bovina de la sociedad común.
El punk es la lucha constante contra el miedo a las repercusiones sociales, la ira espontánea al no ser aceptado como una verdadera persona, la reacción natural de cualquiera, independientemente de su afiliación social o subcultural, que se sintiera despreciado e incomprendido por políticos, policías, profesores y periodistas mediocres que no pueden ver más allá de lo bueno y lo malo.
El punk existe como forma de resistencia, ángeles rebeldes, raza odiada, roñosa, llena de energía, peleadora, sensible, sensible hasta quedarse sin voz de tanto gritar sus ideales, cansada de correr contra la corriente, eternamente adolescente, con la mirada ojerosa fija en su objetivo y el corazón afilado en las notas distorsionadas del rock.
El hip hop es la reacción orgánica de la ciudad, es el árbol que crece en el cemento, es el rostro duro de los que pertenecen a la raza del asfalto. Es el pulso primitivo de la tribu que olvidamos. Cada beat como un golpe en la sien, cada paso como un latido, cada rima como una bala, cuando el bombo en realidad es una bomba, cuando la ciudad es un lienzo para señalar el lugar que les pertenece por derecho, ganado en una de las batallas más largas de nuestro siglo, marcando el territorio que les pertenece como machos alfa de una manada.
La única delincuencia del hip hop es la de portar siempre un arma y esa arma se llama poesía.
La discriminación sólo evidencia la ignorancia y la ceguera a un movimiento telúrico-cultural que ha sacudido como el terremoto de mayor escala los cimientos de la música, del cine, del diseño, de la moda, del deporte y de la publicidad en todo el planeta.
Dicen que toda revolución comienza en las calles. La revolución del hip hop será estudiada por nuestros nietos como uno de los movimientos artísticos más influyentes de nuestra era.
Del crucifijo de esas mujeres de la televisión cuelgan todos los hombres sexconservadores, que tienen el amorodio carcomiéndoles la psiquis, la silicona inyectada en los ojos y el botox implantado a destajo en la conciencia. El hombre esconde el hambre por la hembra. Hombres come hembras. Hembras come hombres.
Las clavan a la cama de un motel, por usar escote, por querer verse bien, por querer sentirse sexy, por esperar a su novio con ligas, por pintarse los ojos pantone furioso, por ser coqueta, por vivir.
(Qué pena María Magdalena). Quizás podrían ir a un confesionario: tener los mismo pecados de una dueña de casa linda, con perro lindo, con aspiradora linda, llena de basura mental linda. Los que ahora las juzgan, seguro que rezan por ellas.
Vírgenes de yeso, iluminadas por la gracia de una boca todopoderosa. Su único pecado es no ser las niñas buenas que la sociedad ambivalente quiere que sean. Para algunos, el cielo sería un infierno.
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